¿Existió el Reino de Quito?


Para el Ecuador de los siglos XIX y XX el Reino precolombino de Quito, descrito por el padre Juan de Velasco en 1789, fue el sinónimo de la nacionalidad y el derecho histórico del territorio surgido tras la Independencia, sin perjuicio de que el concepto mismo de estado-nación al que aludía ni siquiera hubiese existido en el siglo XV que se ubicó su existencia.

Velasco, un sacerdote jesuita nacido en Riobamba el 6 de enero de 1727, fue expulsado junto con su Orden de los territorios españoles en 1767, estableciéndose en Faenza (Italia) donde escribiría su obra más célebre, Historia del Reino de Quito en la América Meridional. Esta se dividiría en tres temas principales: Historia Natural, que era una descripción de la geografía, flora y fauna del territorio de la provincia quitense; Historia Antigua, que recogía la cronología de los hechos sucedidos durante la época precolombina y la conquista hispana; e Historia Moderna, con una descripción de los hechos y lugares de la presidencia y real audiencia de Quito en la que él mismo había vivido.

Es entonces la sección sobre Historia Antigua la que nombra la existencia de una unidad política y cultural homogénea llamada Reino de Quito, con una dinastía de dirigentes que tomaban el título de schyris, un territorio casi correspondiente con el de la República decimonónica, y una organización estatal no solo sofisticada, sino además completamente europeizada. Una lectura que con el pasar del tiempo se convirtió en el gérmen ideológico de la nación ecuatoriana posterior como ya se ha dicho, pero que a la luz de los estudios científicos del siglo XX se calificó como improbable de haber existido.


Primeras dudas

Para inicios del siglo XX, uno de los primeros en cuestionar la historia recogida por Juan de Velasco, a pesar de haber creído inicialmente en ella, sería Federico González Suárez, considerado el padre de la historiografía ecuatoriana moderna y fundador de la actual Academia Nacional de Historia, quien después de un detallado análisis tanto de la obra del sacerdote jesuita, como de sus fuentes, señala:
«En las obras históricas de los primitivos cronistas de Indias; en las relaciones antiguas acerca de la conquista del Perú; en las diversas historias de los Incas y en las relaciones geográficas de Indias no se hace siquiera mención de los Schyris, ni se nombra a los Caras: se habla de los régulos de Quito, sin consignar el nombre propio de ninguno, ni siquiera el del último de ellos.»(1)

Gonzáles Suárez contrasta además con la información de los cronistas más fiables que vivieron en época de la conquista del territorio del actual Ecuador, como Miguel Cabello de Balboa, Pedro de Montesinos o Pedro Cieza de León, y mira como ninguno nombra a los supuestos reyes de Quito o una unidad política de tipo estatal-macroterritorial anterior al Imperio del Tawantinsuyu. Notando, además, como los manuscritos de fray Marcos de Niza que Velasco cita varias veces en su obra, parecen, cuando menos, haber sido falseados antes de él, por no decir que ningún otro historiador los ha encontrado jamás.

González Suárez concluye que Juan de Velasco creía completamente en la veracidad de lo que había escrito, que lo hizo de buena fe, que había sido uno de los más doctos historiadores de su época, pero que con el paso del tiempo se pudo ir comprobando que quizá eran sus fuentes las que tenían fallas importantes al respecto de la historia de una unidad política precolombina llamada Reino de Quito.


Desmitificación moderna

A lo largo del siglo XX varios historiadores y arqueólogos fueron aportando evidencia de otros tipos de reunión política que existieron en el territorio precolombino del actual Ecuador, que sin rayar en la fantasía de un Reino como el de Velasco, no dejan de ser importantes proto-estados como los de los carankis, manteños y kañaris.

Por ejemplo, entre los historiadores modernos tenemos a Waldemar Espinosa Soriano, quien en la búsqueda de la verdad y la recuperación de la identidad de los pueblos precolombinos de la actual provincia de Imbabura, sostiene que:
«No se ha demostrado la hipótesis de que el diminuto reino de Quito se hubiera sobrepuesto para organizar un Estado Imperial de exorbitantes territorios como lo propugna el padre Juan de Velasco y otros autores modernos (como Pedro Fermín Cevallos), que impenitentemente hablan del ilusorio "reino de Quito" con un macro espacio geográfico casi tan grande como el de la actual República del Ecuador.»(2, p.62)

De la misma forma, Jaime Moreno Haro, que a pesar de cuestionar el concepto de reino usado por Velasco no deja de lado el peso de las identidades de los diferentes cacicazgos que conformaban la diversidad de culturas preincas, explica:
«Parece que en el contexto cultural llamado Quito, no existía concentración de poder en una tribu o en un monarca único, pues dentro de una nación había una infinidad de tribus y pequeños reinos que coexistían aislados o confederados con otras naciones de acuerdo a sus necesiades ecológicas; más nunca por un afán imperial de buscar mayor espacio territorial ni mayor número de subditos. Quizás el reino de Quito no fue más que una confederación de tribus o una pequeña nación indígena o exógena como la cañari, vaya por ejemplo, y fue bautizado así por Juan de Velasco para dotar de una estirpe real al inca shilli Atahualpa Duchicela que era el personaje más conspicuo de nuestra historia antigua, pues él, con sus valerosos generales, había conquistado el extenso Tahuantinsuyo al derrotar a su hermano Huáscar.»(3)

En tiempos más contemporáneos Efrén Avilés Pino, miembro de la Academia Nacional de Historia y autor de la más importante enciclopedia de historia ecuatoriana online, señala en su apartado referente al Reino de Quito:
«En definitiva, parece que el Reino de Quito solo existió en la fantasía incontenible y amorosa del padre Juan de Velasco, quien inclusive -en la introducción de la Historia Antigua de su misma obra dice: “La mayor parte de lo que tiene probabilidad, lo produje en la Historia Natural…” reafirmando que en su obra existen cosas que no son demostrables y que simplemente tienen probabilidad de ser ciertas.»(4)

Así mismo el historiador Enrique Ayala Mora sostiene:
«Las investigaciones descubren señoríos étnicos de gran desarrollo en el actual territorio ecuatoriano, pero no un Estado unificado. (...) La investigación establece que no pudo existir el reino que describe Velasco. No hay base histórica para los shiris. Había en tierras de Quito un cacicazgo importante como centro de intercambio y comercio, pero no era un reino de grandes proporciones. Los señoríos étnicos del norte andino se aliaron ante la invasión inca, pero eran distintos al estado que Velasco describe. Aunque hubiera existido, el Reino de Quito no puede verse como el antiguo Ecuador.»(5)

Por su parte, la historiadora Silvia Méndez-Bonito indica que:
«Velasco es el primer y único historiador que ofrece una versión de la etapa prehistórica y pre-inca del Ecuador. Esta es la parte más desacreditada de su obra y constituye el pilar fundamental de la crítica en su contra.»(6)

Sin embargo, al igual que otros detractores de la veracidad de la existencia de un Reino como lo describe Velasco, Méndez-Bonito explica que a través de la obra de Velasco se marcan los cimientos de una identidad regional quitense dentro del Imperio español, que más tarde se traduciría en la del estado ecuatoriano decimonónico, y como tal debe ser entendida, un clásico de la literatura identitaria nacional, aunque no históricamente correcta.


Aportes de la arqueología y la lingüística

Por otro lado, ciencias como la arqueología y la lingüistica también demuestran la inexistencia de una continuidad política y territorial basada en una cultura uniforme y consolidada a lo largo de todo el espacio geográfico atribuido por Juan de Velasco al supuesto Reino de Quito. Así lo notó ya a inicios del siglo XX Jacinto Jijón y Caamaño, discípulo de González Suárez y padre de la arqueología y la lingüística precolombina en el Ecuador moderno, y otros tantos que le siguieron a lo largo de los años.

Por ejemplo, en cuanto a manifestaciones arquitectónicas uniformes se refiere, se puede notar que las monumentales pirámides escalonadas y truncas encontradas en sitios como Cochaskí, Puntiatzil, Zuleta, Urcukí, Intag, entre otras, se limitan únicamente al territorio caranki, es decir entre el río Chota al norte y el Guayllabamba al sur. Esto contrasta no solo con la inexistencia de conjuntos similares desde la región de la ciudad de Quito hacia el sur, sino también con las crónicas de Cieza de León sobre los antiguos habitantes de la misma, a los que describe «sin industria en el edificar», es decir que no poseían construcciones tan avanzadas como sus vecinos del norte y, por tanto, no correspondían a la misma unidad cultural ni política.

Así mismo, Jijón y Caamaño señaló por primera vez las diferencias estilísticas de la cerámica pantzalea (Pichincha, Cotopaxi, Tungurahua), que sería la principal del supuesto reino descrito por Velasco, con las de factura caranki (norte de Pichincha, Imbabura), pasto (Carchi) y puruwá (sur de Tungurahua, Bolívar, Chimborazo).(7)

En lo que respecta a la lingüistica, que en la obra de Velasco se sostiene un prequichuismo y un mismo idioma en todo el Reino de Quito, Gonzáles Suárez desmiente documentadamente dicha aseveración al presentar el sínodo quitense de 1593, que celebró el tercer obispo de Quito fray Luis López de Solís, y dice:
«Por la experiencia nos consta que en nuestro obispado hay diversidad de lenguas, que no tienen ni hablan la del Cuzco y la Aymará, y para que no carezcan de la doctrina cristiana es necesario traducir el catecismo y confesionario, en las propias lenguas; por tanto, conformándonos con lo dispuesto en el Concilio Provincial último, habiéndonos informado de las mejores lenguas que podrían hacer esto, nos ha parecido cometer este trabajo y cuidado a Alonso Núñez de San Pedro y Alonso Ruiz, para las lenguas de los Llanos y Atallana, y a Gabriel Minaya, presbítero, para lengua cañar y puruái, y a fray Francisco de Jerez y a Fray Alonso de Jerez, de la orden de la Merced, para la lengua de los Pastos; y a Andrés Moreno de Zúñiga y Diego Bermúdez, presbítero, la lengua quillacinga.»(8)

Jijón y Caamaño también hace una clara diferenciación de las lenguas de acuerdo a los topónimos y nombres indígenas de cada una de las zonas culturales antes mencionadas, lo que demuestra que se trataba de grupos distintos.(6) Mismo camino han seguido otros antropólogos, etnohistoriadores y lingüistas más contemporáneos como Anne Chrisline Taylor y Luis Montaluisa.(9)

«Al respecto de una capital del reino en la zona del actual Centro Histórico de la ciudad de Quito, fue completamente descartada por el arqueólogo alemán Max Uhle, quien al respecto señaló:
Fueron pues los Incas quienes descubrieron un pedazo de tierra que tenía la calidad de servir para la fundación de una ciudad nueva. Este pedazo no tenía nombre. Los Incas se lo dieron derivándolo del nombre que había tenido antes tal comarca, y así fueron fundadores de una primera ciudad de Quito (...) no existía tal ciudad preincaica de Quito muy grande y toda de piedra labrada, como quiere hacernos creer el padre Velasco en su descripción de la ciudad antigua.
»(10)

Esto, sumado a los hallazgos arqueológicos en sitios como Rumipamba o La Florida, demuestran, más bien, que los habitantes originales de la región actual de la ciudad de Quito antes de la invasión y conquista incaica, vivían en pequeños asentamientos ubicados en las laderas de las montañas y colinas que rodean las planicies de Añaquito y Turubamba, donde por aquella época se ha comprobado que existieron remanenetes de las antiguas lagunas paleolíticas homónimas, y no en donde alrededor del año 1500 se levantaría la ciudad inca, convertida en hispana después de 1534 y que hoy conocemos como el Centro Histórico de la capital ecuatoriana.

Para el antropólogo Richard Salazar Medina:
«Lo grave con respecto a este Reino es que no ha dejado ninguna huella arqueológica (y mucho menos documental) que respalde estas aseveraciones, más aun tratándose de una sociedad de esta envergadura. Porque, como dice Ernesto Salazar (que de paso sea dicho, no tiene ningún parentesco con mi persona): “al fin y al cabo, pueblos de organización mucho menos compleja lo han hecho".»(11)


Cuestionamientos al discurso del mito

Sobre el nacimiento del mito del Reino de Quito, el antropólogo Patricio Guerrero Arias lo explica como una necesidad de la élite criolla dominante durante el complejo proceso vivido en las últimas décadas de la época hispana y primeras de la republicana:
«Desde una perspectiva política (...) se cuestiona la existencia del Reino de Quito como formación sociopolítica originaria y se plantea que se trató de una estrategia de las elites criollas, que en el proceso de lucha por la independencia de la Corona española, estaban ganando espacios de poder y se hacía necesario un proyecto, que desde sus inicios se muestra contradictorio, pues lo que buscaban era forjar “su identidad a partir de diferenciarse de los europeos y de los indígenas, reclamando para sí el carácter de explotados respecto de los primeros y consolidando su condición de explotadores respecto de los segundos”
El Reino de Quito tendría, en consecuencia, ese mismo carácter y significado político contradictorio: por un lado, si las elites querían afirmar su poder no podían tener una estructura sociopolítica inferior a los regímenes políticos que enfrentaban: los reinos, con quienes competían por el control de las colonias, por tanto, también aquí debíamos inventar un “reino” y así lo hizo el padre Juan de Velasco. (...) Pero por otro lado, era necesario que el nuevo proyecto tuviera una raíz histórica propia, aunque eso implicaba recurrir al pasado de aquellos indígenas de los que querían diferenciarse y que deseaban continuar explotando; entonces se recurre a lo “quitu”, para mostrar que el reino naciente tenía raíces en un pasado ancestral que legitimaba su existencia.»(12)

Por otro lado, académicos como Manuel Espinosa Apolo, buscan en cambio las razones detrás del sostenimiento de este discurso a pesar de haber sido desmentido desde hace más de un siglo:
«Los inkas serán convertidos por la historia oficial del Ecuador, reconstruida después del conflicto de 1941, en peruanos, como si en el tiempo histórico al que pertenecieron, la noción de Perú o Ecuador hubieran existido. (...) Estos oscuros burócratas enseñaban -y probablemente lo seguirán haciendo todavía por un largo tiempo- que los inkas avasallaron a los pueblos "ecuatorianos" de esa época, desestructurando al reino mítico y ahistórico de Quito, concebido y presentado como el pre-estado ecuatoriano.»(13)

En la misma línea, y sobre las voces que aún buscan sostener la supuesta existencia del Reino de Quito, Guerrero Arias señala algunos cuestionamientos sobre aseveraciones que ponen en duda todo su discurso sobre el tema:
«Dentro de quienes sostienen la existencia del Reino de Quito, también se han dado diversas interpretaciones, como es el caso de los esposos Costales, para quienes la presencia de los Quitus y los Caras sería todavía más temprana a la que señala (Juan de) Velasco, pues se habría dado entre los 11000 a 8000 años a.C., cosa que resulta bastante dudosa, pues investigaciones arqueológicas muy serias han demostrado que los primeros asentamientos de los tempranos cazadores y recolectores de la Andinoamérica Ecuatorial (actual Ecuador) se dieron hace 12 000 años en la zona de El Inga, en las faldas del Ilaló.»(12)

Sin embargo, a finales del siglo XX académicos como Frank Salomon(14), Udo Oberem(15), y Waldemar Espinosa Soriano(2) contribuyeron a la construcción de una identidad local comprobada en hechos reales, por sobre la historia mítica de un supuesto reino construida por Juan de Velasco y repetida sin fundamento por el sistema educativo a lo largo de los siglos XIX y XX.


Referencias

  1. González Suárez, Federico (1915). Notas arqueológicas de Quito, p.55. Imprenta del Clero.
  2. Espinosa Soriano, Waldemar (1988). Los Cayambes y Carangues: siglos XV-XVI, el testimonio de la etnohistoria. Instituto Otavaleño de Antropología.
  3. Moreno Haro, Jaime (1991). "Quito Profundo", p.17. Instituto Andino de Artes Populares, del Convenio Andrés Bello.
  4. Avilés Pino, Efrén (1998). Reino de Quito, en Enciclopedia del Ecuador Histórica, Geográfica y Biográfica.
  5. Ayala Mora, Enrique (13 de julio de 2019). ¿Existió el Reino de Quito? Lo que debemos saber. Diario El Comercio.
  6. Méndez-Bonito, Silvia Navia (2004). "La reivindicación del Reino de Quito en la Historia del Reino de Quito en la América Meridional del jesuita Juan de Velasco", en: Estudios ecuatorianos: un aporte a la discusión, p.170. Editorial Abya-Yala.
  7. Jijón y Caamaño, Jacinto (1941/1943/1945). El Ecuador Interandino y Occidental antes de la Conquista Castellana, tomos I, II, III, IV. Editorial Ecuatoriana.
  8. Jijón y Caamaño, Jacinto (1997). Antropología Prehispánica del Ecuador, segunda edición, p.70. Museo Jacinto Jijón y Caamaño.
  9. Montaluisa Chasiquiza, Luis (2019). "Lenguas prequichuas del callejón interandino", en: La estandarización ortográfica del quichua ecuatoriano. Consideraciones históricas, dialectológicas y sociolingüísticas, pp.27-121. Editorial Abya-Yala.
  10. Uhle, Max (1924). "El Reino de Quito", en: Boletín de la Academia Nacional de Historia, volumen X, enero de 1924, #N° 27, 28, 30.
  11. Salazar Medina, Richard (2002). "El majestuoso Reino de Quito", revista Ecuador Terra Incógnita, N°19, septiembre-octubre 2002.
  12. Guerrero Arias, Patricio (2022). "Somos kitu karas: estamos sintiendo, siendo, haciendo", en: Antropologías hechas en Ecuador, Antología-volumen II, pp. 337 a 361. Asociación Latinoamericana de Antropología, Editorial Abya-Yala, Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales. 
  13. Espinosa Apolo, Manuel (1999). "Los Inkas según el Ecuador", en: Boletín mensual del Instituto Científico de Culturas Indígenas, Año 1, N°6, septiembre de 1999.
  14. Salomon, Frank (1980). "Los señoríos étnicos de Quito en la época de los incas". Instituto Otavaleño de Antropolgía.
  15. Oberem, Udo (1981). "Los Caranquis de la Sierra norte del Ecuador y su incorporación al Tahuantinsuyo", en: Contribución a la etno-historia ecuatoriana, pp.73-102. Instituto Otavaleño de Antropología.

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