Los Manteños

 

Cultura Manteña, por José Luque. Mural exhibido en el Museo de la Navegación, Manta.

¿Conocías a la única cultura precolombina de la costa Pacífica americana que navegó a mar abierto y comerció sistemáticamente desde los actuales México a Chile, y por ello son apodados los fenicios de América? Te estoy hablando de los manteños, una sociedad aborígen del actual litoral ecuatoriano que era respetada incluso por los incas y sorprendió enormemente a los hispanos.

Generalidades

Empecemos aclarando que, en la cronología académica moderna, la cultura manteña existió entre el año 600 y el 1527 de nuestra era, cuando inicia la época virreinal con la invasión de los hispanos y la occidentalización de los sistemas precolombinos. Sin embargo, en la práctica esta sociedad continúo existiendo hasta inicios del siglo 17, cuando tenemos las últimas noticias de ellos en documentación.

Aunque no se sabe a ciencia cierta, tradicionalmente se ha dicho que su nombre se deriva de la época de conquista hispana, pues los conquistadores habrían encontraron una gran cantidad de peces manta en las aguas de la zona donde vivían, además de que una parte muy importante de su comercio se basaba en las mantas de lana y algodón.  

Los manteños habitaron parte del territorio de la actual provincia de Manabí, particularmente la zona costera, aproximadamente entre Bahía de Caráquez al norte Y Salango al sur. Hacia el interior hubo poca ocupación, únicamente hasta las estribaciones de la Cordillera de Chongón-Colonche, y su hábitat natural era la línea de playa y el bosque seco del centro de Manabí.

Según estudios publicados por Touchard-Houlbert, los manteños habrían estado ocupando el mismo territorio de manera sistemática y constante, tal como lo muestran las pruebas arqueológicas y de carbono 14 de varios sitios estudiados. Constituyendo entonces una transición local e independiente del periodo de Desarrollo Regional al de Integración, sin presencia de migraciones exteriores como teorizaba Jacinto Jijón y Caamaño.

Por los restos arqueológicos encontrados sabemos que el territorio del señorío de Salangome habría estado ocupado previamente por las culturas Valdivia y Machalilla, por lo que para Meggers, cronológicamente los manteños habrían evolucionado de Valdivia en el periodo Formativo temprano (4400-1450 ac); Machalilla en el periodo Formativo medio (1430-830 ac); Chorrera en el periodo Formativo tardío (1500-500 / 850-500 / 1300-300 ac); Bahía en el periodo de Desarrollo Regional (500 ac – 800 dc / 500 ac – 500 dc); y Guangala en el periodo de Desarrollo Regional (200 ac – 800 dc).

Organización

Para el arqueólogo Jean-Francois Bouchard, los manteños alcanzaron un sistema que puede considerarse cacical estratificado, con varios centros de poder y ceremoniales, lo que coincide en parte con la visión de McEwan y Delgado de que lograron un nivel de especialización mercantil, concentración poblacional, jerarquización marcada y construcción de nueva arquitectura, que respalda la denominación de cacicazgo y “Liga de Mercaderes” que les habría dado Jijón y Caamaño en la primera mitad del siglo XX.

Salazar anota que se habrían establecido tres señoríos importantes en la nación manteña: Jocay, con los pueblos de Jocay, Jaramijó, Camilloa y Cama; Picoazá, con los pueblos Picoazá, Tohalla, Misbay y Solongo; y Salangome, con los pueblos Salangome, Salango, Tuzco y Sercapez. Se puede mencionar además que el cronista Pedro Pizarro describe un poblado de Concebí, al que ubica al sur de Coaque.

El cronista Cieza de León explica también que los señoríos se heredaban por línea masculina exclusivamente, siendo el hermano mayor quien sucedía al padre, y si este había muerto lo hacia el segundo hermano, el tercero y de allí en adelante hasta que hubiese un heredero vivo. Si no había o quedaba algún hermano, entonces heredaban los hijos de las hermanas.

Relación con sus vecinos

Con respecto a la relación con sus vecinos, el cronista Cieza de León menciona a los Caráquez como un linaje separado de los manteños debido a diferentes razones que desglosaremos más adelante. Probablemente se refiere a los Jama-Coaque, que convivieron en el mismo tiempo de los manteños, e igual que estos habrían evolucionado de la cultura Bahía.

Por otra parte, sobre los Wankavilkas el arqueólogo Emilio Estrada Ycaza sugiere que eran parte del mismo bloque cultural que los manteños, mientras que para Jijón y Caamaño y Zevallos Menéndez se trataba de dos grupos distintos que tuvieron un intercambio de bienes y productos debido a su vecindad. Para los dos últimos, su teoría se evidenciaría respectivamente en la poca presencia de cerámica wankavilka en el norte manteño y en la ausencia de sillas manteñas en U o sellos en los sitios de esta cultura. Finalmente, los arqueólogos Presley Norton y Jorge Marcos piensan que pudieron ser una cultura conquistada por los manteños, pero que no necesariamente llegaron a ser una misma unidad.

Pese a que su sociedad se desarrolló sobre todo en la línea de Costa, esto no significó que los manteños no hayan tenido contacto con culturas como los chonos, habitantes de las planicies costeras interiores y que antes eran conocidos como la cultura Milagro-Quevedo. Así mismo, la presencia de spondylus, un molusco sagrado cuya producción era monopolizada por esta cultura, y que se encuentra en sitios arqueológicos andinos y de la cuenca amazónica durante el periodo de Desarrollo Regional, dan certeza de un fuerte intercambio comercial con dichas regiones.

Características físicas

El cronista Agustín de Zárate menciona de manera general que los mantas son de gestos ajudiados, hablan papo, tatúan sus caras y andan trasquilados la cabeza, haciéndose una corona a manera de frailes, aunque delante y detrás no tienen ningún cabello sino a los lados. Mientras que Cieza de León los describe como de mediano cuerpo (estatura), que hay algunas mujeres de buen parecer, y que tanto hombres como mujeres entre el Cabo de Passaos y el pueblo de Salango tienen labrada (tatuada) la cara de la parte alta de la oreja a la barbilla. El mismo Cieza aclara que los Caráquez no se tatúan la cara, son de menos saber, pueden elegir su propio Señor, y por ello concluye que son de otro linaje.

En cuanto a su vestimenta, el cronista Miguel de Estete menciona que en Catamez (Atacames) la gente vestía de lana, y que en Caráquez las mujeres visten con una tela atada a la cintura, a modo de una falda corta. Cieza de León apunta que los manteños se visten con mantas y camisetas de algodón larga sin mangas, algunos tienen estos vestidos hechos de lana, adornan sus personas con joyas de oro y con sartas de cuentas de chaquira colorada (spondylus). Mientras que Agustín de Zárate, menciona que usaban una túnica sin mangas que cubre su pecho hasta el ombligo y su espalda, se atan sartas de cuentas de oro y chaquiras hechas de conchas, pero que no les permiten a sus mujeres llevarlas.

Idioma

El idioma de los manteños ha sido un tema poco estudiado debido a la falta de registros del mismo, aunque existen documentos como el Sínodo Qutense de 1570, en el que se puede conocer que los pueblos de la Costa ecuatorial hablaban dos lenguas emparentadas entre sí, el atallar y el tallán. Este último sería el que supuestamente se hababa en los cacicazgos manteños, aunque el dato está sujeto a la interpretación de los europeos que escribieron el documento por una probable similitud que escuchaban con la lengua de los tallanes de la costa norte del actual Perú.

Al respecto del tallán como idioma de los manteños, el historiador José Antonio Del Busto expone una hipótesis en su trabajo de que estos se habrían separado de los tallanes por conflictos internos, pero a la luz de la evidencia arqueológica que señala una constante evolución de la cultura manabita desde las fases Valdivia y Machalilla, esta no tendría un verdadero sustento científico.

Para Luis Guillermo Lumbreras los manteños y wancavilkas hablaban una lengua distinta proveniente del tronco macro-chibcha, más cercana a la de los yungas del actual nororiente peruano, con los que se sabe que también tenían relaciones comerciales por la presencia de la concha spondylus monopolizada por los manteños en territorio yunga.

Vivienda y urbanismo

Para el arqueólogo Castro Priego, la cultura manteña muestra un aumento de la complejidad arquitectónica, considerando la aparición más o menos progresiva de montículos y plataformas artificiales, las cuales sirvieron para establecimiento de residencias de élite, actividades rituales, enterramientos con importantes ajuares, la jerarquización de los asentamientos y un conjunto de producciones que requieren de una especialización de la producción.

Sobre las construcciones en las que vivían, el cronista Cieza de León señala que las casas eran hechas de madera y techo de paja, y dependiendo de la riqueza del propietario aumentaba el tamaño de la vivienda, mientras que describe a los pueblos de la región que pudo visitar durante su travesía como asentamientos muy ordenados.

A su paso por Manta alrededor de 1550, el cronista italiano Girolamo Benzoni la describe: “Dicha ciudad de Manta situada en la playa, era de las principales de esta costa y tenía antes de que los españoles penetraran al país, más de veinte mil pobladores, pero en la actualidad, solo viven en ella, aproximadamente cincuenta indios, cosa que igualmente ha ocurrido en todos los pueblos de la provincia”. 

Durante el siglo XX, los arqueólogos Marshall Saville en la década de 1900, y Jacinto Jijón y Caamaño en la de 1940, ubicaron y estudiaron los restos de la antigua Jocay en la zona sur de la actual ciudad de Manta, que habría llegado a tener hasta 20.000 habitantes, encontrando tolas funerarias y restos de cimientos de varias casas de hasta 57 por 11 metros, suficiente para unas siete habitaciones al interior, lo que demuestra que tenían una arquitectura compleja.

Los resultados de los diversos proyectos arqueológicos realizados desde mediados del siglo XX han permitido reconocer complejos que superan las centenas de hectáreas, como Agua Blanca o Cerro de Hojas-Jaboncillo, y plantear la estrecha relación que debió existir entre espacios productivos y habitacionales, e incluso la reutilización continua de los mismos al menos desde el periodo Guangala, tal como señala McEwan.

Alimentación

El cronista Miguel de Estete menciona que en Caráquez los indios comen tortillas y pescado crudo (claramente un tipo de ceviche), mientras que Agustín de Zárate señala que las mujeres manteñas siembran maíz, lo cultivan, cosechan y lo muelen para hacer tortilla. Por su parte, Cieza de León menciona que en la región se da gran cantidad de maíz, yuca, batatas y otras raíces, dos o tres clases de guayabas, guabas, aguacates, dos clases de tunas, caymitos, cerecillas, melones de tierra (zambo), no poca cantidad de plátanos y piñas. 

Así mismo, Cieza cuenta que entre las carnes existe un tipo de cerdo propio de esta tierra que es muy sabroso, venados, perdices, tórtolas, palomas, faisanes, un ave llamada Xuta que crían en sus casas para comerla y macas que son del tamaño de un gallo. También elogia la miel que producen las abejas del lugar que son criadas por algunos indios. Por otro lado cuenta que son hábiles pescadores, pero acusa erróneamente al “bonito” de causar enfermedades de pústulas y verrugas.

Desde 2015, un proyecto liderado por Manuel Castro Priego de la Universidad de Alcalá en conjunto con el Instituto Nacional de Patrimonio Cultural de Ecuador, ha descubierto que los manteños desarrollaron un sofisticado sistema de corrales marinos de forma semicircular que facilitaba la pesca a orillas del mar con la creación de una especie de piscinas, de los cuales se encontró un complejo de más de seis kilómetros de largo al sur de la ciudad de Manta, en un antiguo poblado llamado Ligüiki.

Religión

El cronista Cieza de León menciona que los manteños adoraban al sol, aunque cree que seguramente por imposición de los incas, a la luna, árboles, rocas, al mar y la tierra, y que algunos creían en la posibilidad de un supremo hacedor que se encontraba en el cielo. Señala que eran en extremo agoreros (predictores de males y desgracias), que en sus templos hacían más sacrificios a sus deidades que en ninguna otra región del Perú y para ello mataban sobre todo animales, pero si habían presos los embriagaban y cortaban la cabeza con un cuchillo de pedernal (piedra de la zona) y otro de cobre.

Continúa explicando que a ciertas horas del día tenían ceremonias especiales con cánticos dirigidos a cada uno de sus ídolos. Los sacerdotes se comunicaban con el demonio (dioses manteños) y transmitían sus palabras al pueblo, aunque pocas veces acertaban en las predicciones. Cuando un Señor moría, era enterrado con sus pertenencias y sus mujeres vivas, creyendo que se dirigían a un lugar alegre donde andarían entre sus comidas y bebidas favoritas. Cuando se enfermaban se hacían muchos baños y ofrecían sacrificios.

Sobre el último punto del párrafo anterior, Cieza cuenta que en Manta adoraban a una gran esmeralda que era exhibida al público en ciertas ocasiones para ser venerada como si encerrara en su interior alguna deidad. Tenía la reputación de curar todas las enfermedades, y los indígenas llegaban de todas partes a ofrecerle sacrificios y otras esmeraldas de menor tamaño mientras se bañaban en el mar.

Garcilazo de la Vega escribe también al respecto: “Llegó a los confines de la provincia que ha por nombre Manta, en cuyo distrito está el puerto que los españoles llaman Puerto Viejo. Adoraban la mar y los peces que más en abundancia mataban para comer […] entre las cuales adoraban en el valle de Manta, que era como metrópoli de toda aquella comarca, una gran esmeralda que dicen era poco menor que un huevo de avestruz”.

El cronista Guamán Poma de Ayala es quien, desde su visión inca-centrista, le da el nombre de Umiña a dicha esmeralda, utilizando el nombre que en quechua se le daba a las piedras preciosas: “como tenía el Inga riquezas de oro, curi, plata, culqui, piedras preciosas umiña, ropa […] estas dichas cosas había en tiempo del Inga en este reino”.

Sobre otras costumbres sociales, pero vinculadas a las ritualidades religiosas, Cieza de León señala algunas que le impresionaban, como aquella en la que los parientes masculinos del novio tomaban la virginidad de la novia antes de la primera noche de la pareja, que tenían cueros (pieles) de hombres llenos de ceniza y cofres llenos con sus cabezas reducidas (tzanzas), y que pese a haber muchas mujeres, algunas de ellas hermosas, practicaban el pecado nefando de la sodomía (homosexualidad) y se vanagloriaban de ello.

Comercio

Tal como señala Jorge Marcos, las sociedades de la Costa ecuatorial prequechua alcanzaron una producción excedentaria en las planicies y cordilleras litorales, dominando el territorio circundante a través de la redistribución del excedente almacenado. Por lo que el siguiente paso de su desarrollo fue aumentar el poder económico y político mediante el intercambio comercial con otras regiones del continente, alumbrando así un sistema de expansión diferente al de los imperios inca y mexica, que Jijón y Caamaño describió acertadamente como "Liga de Mercaderes".

De entre los diferentes productos que comerciaban, las crónicas de Sámano-Xerez y Fernández de Oviedo permiten reconocer objetos de cerámica, joyas de oro, plata y bronce, piedras preciosas como esmeraldas y calcedonias, telas de algodón y lana, hilos, tintes, ropa a modo de camisas y jubones, frutas de la región, pero sobre todo lo que los hispanos describen como chaquiras coloradas, es decir, mullus de concha spondylus.

El monopolio de la producción y comercialización de concha spondylus, un bivalvo que se encuentra particularmente focalizado a gran profundidad en la costa de las actuales provincias de Manabí y Santa Elena, fue la base de la economía manteña y su llave para el desarrollo, riqueza y estatus político frente a las potencias de la época. Esto debido a que era un molusco considerado sagrado, asociado desde épocas de la cultura Valdivia a los rituales propiciatorios de la lluvia y, por tanto, de gran valor para las demás del continente, pero particularmente para las andinas.

Gracias a restos arqueológicos en diversos puntos de la costa pacífica americana, así como a descripciones de las crónicas, se sabe que la flota comercial manteña llegó hasta el Golfo de California por el norte y Chile por el sur. Por ejemplo, y tal como señala Jorge Marcos, se ha encontrado concha spondylus decorando los frisos del Templo de Tlaloc en Teotihuacán, un edificio mexica del siglo IV de nuestra era. Así mismo, el arqueólogo José Beltrán encontró en Punta Mita, Nayarit, pesos de bucear y anclas de piedras idénticas a las halladas en los niveles de igual antigüedad asociados a materiales de la cultura manteña en la Isla de La Plata, lo que sugiere que pescadores ecuatoriales de Spondylus habrían trabajado en aguas norteamericanas.

Por su parte, la antropóloga experta en vestido regional, Patricia Anawalt, menciona un pasaje de la carta que el contador real Rodrigo de Albornoz dirigiese al emperador Carlos V sobre las apariciones periódicas de mercaderes que llegaban a intercambiar productos exquisitos con otros locales en el puerto de Zacatula, en la desembocadura del río Balsas en el occidente mexicano. Se dice que estos permanecían en el área durante cinco a seis meses, hasta que el buen tiempo y los mares tranquilos permitiesen un retorno seguro a su tierra natal, al sur. Así mismo, sugiere que el intercambio precolombino entre las actuales costas pacíficas mexicana y ecuatoriana se evidencia por la presencia en ambas de dos especies muy similares de grajos, perros sin pelo, y un estilo de vestir muy similar.

Sobre otros productos de intercambio que llegaron a Mesoamérica desde el litoral ecuatorial, la arqueóloga Dorothy Hosler en su estudio sobre la metalurgia del Occidente de México, plantea mediante evidencias científicas que esta tuvo su origen en la metalurgia Tumaco-Tolita. Mientras que sobre la base de un estudio del arte prehispánico expresado en las figuras antropomorfas del Occidente de México y de la Costa del Ecuador, Patricia Anawalt sugiere que la vestimenta del occidente de México es única en Mesoamérica, y encuentra un paralelismo estilístico con la vestimenta de las figuras antropomorfas de la Costa del Ecuador a partir de la fase Chorrera (1000 - 300 ac).

Todo este desarrollo comercial, así como el dominio de la navegación a vela para largas distancias, nos arroja una idea del por qué es que los manteños fueron los únicos navegantes del Pacífico americano que lograron desarrollar dicha tecnología que les permitió adentrarse a mar abierto, y no solo en la costa próxima como sus vecinos con las balsas o los caballitos de totora, pues era necesario para su práctica de intercambio a gran escala.

Ese mismo nivel comercial, de la navegación, y del monopolio de la pesca de spondylus, serían las razones por las que el Tawantinsuyo optaría por asociarlos al imperio mediante tratados y no incorporarlos a la fuerza como al resto del Chinchaysuyo; e incluso otorgándoles mayores libertades que a otros pueblos conquistados.

Navegación

Según García Caputti, las primeras evidencias de la navegación prehispánica en costas del actual Ecuador se han hallado a través de estudios arqueológicos desde indicadores de la cultura Valdivia fase III en la Isla de La Plata (2500 ac), que encontrándose a 32-43 kilómetros de la costa del continente presentan restos que indican actividad humana desde Valdivia III hasta el contacto con los españoles.

El arqueólogo Emilio Estrada Ycaza relata sobre las condiciones marítimas entre el continente y la Isla de La Plata: “las corrientes marinas son fuertes y el mar es traicionero, por lo que los marineros no se aventurarían a esa travesía de no tener una embarcación a vela. La balsa con velas y guaras estaba en capacidad de navegar hacia el norte y hacia el sur”.

Esto nos demuestra que precisamente en la zona que en el periodo de Desarrollo Regional estaba ocupada por los manteños y wankavilkas, existiría una tradición marítima de alrededor de 4.000 años, suficientes para perfeccionarla y llegar a dominar incluso la navegación a mar abierto, indispensable para la futura tradición comercial a gran escala que caracterizaría a ambas culturas.

Precisamente sobre las balsas manteñas que les permitieron esa navegación en alta mar, en la Relación de Sámano-Xeréz se relata como el piloto de navío pizarrano, Bartolomé Ruiz, tiene contacto con ellas por primera vez:
De allí descurriendo vieron que iban tierra muy llana y de muchas poblaciones, en que llegaron al paraje de unas grandes sierras y costa brava, y hallaron ser que estaban aquella parte de la línea equinoccial tres grados y medio perdido al norte (por cálculos, cerca de Túmbez). De allí porque se les acababa el termino dieron vuelta. En esa tierra llana muy poblada dieron algunas calas para tomar posesión y proveerse de agua (algún punto en el Golfo de Guayaquil).

Tomaron un navío en que venían hasta veinte hombres, en que se echaron al agua once de ellos, y tomados los otros dejó en sí el piloto tres de ellos, y los otros echolos así mismo en tierra para que se fuesen; estos tres quedaron para leguas hizoles muy buen tratamiento y trájolos consigo.

Este navío que digo que tomó, tenía parecer de cabida de hasta treinta toneles; era hecho por el plan y quilla de unas cañas tan gruesas como postes, ligadas con sogas de uno que dicen henequén, es como cáñamo, y los altos de otras sogas más delgadas, ligadas con las dichas sogas a donde venían sus personas, y la mercadería en alto; porque lo bajo bañaba. Trae sus mástiles y antenas de muy fina madera, y velas de algodón del mismo talle de manera que los nuestros navíos, y muy buena xarçia del dicho henequén, que digo que es como cáñamo, y unas potalas por anchas a manera de muela de barbero.

Traían muchas piezas de plata y de oro para el adorno de sus personas, para hacer rescate (intercambio) con aquella con quien iban a contratar, que intervenían coronas y diademas y cintos y puñetes y armaduras, como de piernas y petos, y tenáculos y cascabeles, y sartas y marcos de cuentas y rosecleres, y espejos y guarnecidos de la dicha plata, y tazas y otras vasijas para beber. Traían muchas mantas de lana y de algodón y camisas y aljubas (especie de jubón), y alquiceres (capa árabe/mantel) y alharemes (tocado árabe), y otras muchas ropas, todo lo más de ello muy labrado de labores muy ricas, de colores de grana y carmesí y azul y amarillo y de todos otros colores, de diversas maneras de labores, y figuras de aves, y animales y pescados y arboledas. Y traían unos pesos chiquitos de pesar oro como hechura de romana, y otras muchas cosas. En algunas sartas de cuentas venían algunas piedras pequeñas de esmeraldas y calcedonias y otras piedras y pedazos de cristal y ámbar. Todo esto traían para rescatar (intercambiar) por unas conchas de pescado, de que ellos hacen cuentas coloradas como corales, y blancas, que traían casi el navío cargado de ellas”.

La versión del cronista Fernández de Oviedo sobre el mismo evento nos da más detalles del punto en el que se habrían encontrado con la balsa manteña:

"Y díjome que él (Diego de Almagro) y su compañero Francisco Pizarro habían enviado con el piloto Bartolomé Ruiz a descubrir por la costa del Levante, donde andaba su armada, y que el capitán Francisco Pizarro quedó con la gente, y el dicho Almagro vino por el socorro que es dicho.


Y que el piloto corrió la costa 150 leguas, y llegó a estar en un grado o grado y medio de la otra parte de la línea equinoccial y descubrió tierra llana y sin montes y poblada de muchos pueblos, y vio población que duraba una legua o más (que al parecer serian quinientos buhios) y las labranzas cerca de ellos, y tierra aparejada para gente de caballo y para labrar y criar ganados, y tierra de pocos ríos. Y después que halló esta tierra, el tiempo le dio causa que buscase puerto, donde se reparase, y volvió atrás; y volviendo entró en el paraje de aquel pueblo grande, que decía que tenía una legua de población, y le puso nombre el Cabo de la Galera. Y vio venir del borde de la mar un navío que hacía muy grande bulto, que parecía vela latina, y el maestre y los que con él iban se aparejaron para pelear, si fuese menester; y arribó sobre el navío y le tomaron, y hallaron que era un navío de iniciantes de aquellas partes, que venían a hacer sus rescates, en el cual venían hasta veinte personas, hombres y mujeres y muchachos.

La madera de este navío era de muy gruesos maderos reatados fuertemente con sogas recias de henequén, con su alcázar y retretes y gobernalles, velas y xarzas y potales de piedras grandes, tamañas como piedras de barbero, que sirven en lugar de áncoras. Llevaban conchas coloradas, de que hay en Chaquira, id est sartales, como los de las islas de Canaria, quo se venden al rey de Portugal para el rescate de Guinea; y por estas dan los indios todo el oro y plata y ropas que traen de rescate. Traían muchos cántaros negros y mucha ropa de diversos colores, de lana, y camisas y ayubas, y mantas de colores muy labradas, paños blancos con franja, todo nuevo, para contractar; y lana de colores, tinta en lana y otras muchas cosas sutiles y muy primas, en que parecía bien ser gente entendida. Y eran de buena disposición de personas; mastienen alguna semejanza de berberiscos. Decían la manera de cómo sacan el oro; y decían que hay ovejas y que las tresquilan cada año, y que hay islas pobladas, y que hay muchas perlas, y que duermenen camas con sábanas do algodón. Adoran ciertos ídolos: sus armas son lanzas y tiraderas y macanas, como los indios de Cueva en algunas partes, y que en otras no tienen guerra. Salan los pescados para su mantenimiento, como nosotros. Los indios andan vestidos con camisas, y las indias con sus enaguas y camisas y mantas echadas debajo del brazo, a manera de moras o canarias. Traen toque para conocer el oro y romana para pesarlo y pesar la plata labrada u otros metales, y conócenlo muy bien; y traían cierta cantidad de lo uno y de lo otro, y dieron noticia que en la tierra había muchas piedras de valor.

Tomáronse cinco personas, porque los demás se echaron al agua y los recogieron del dicho pueblo; mas quedó preso el cacique o capitán de aquel navío, y el maestre de la carabela lo higo soltar, y que se fuese y volviese a rescatar sus hijos que se tomaron allí. Y no volvió, porque pareció después que su tierra era cuatro jornadas de allí, y el piloto no pudo esperar, y tornó a continuar el dicho descubrimiento, y visto que se continuaba la tierra poblada mucha parte más de cien leguas de las ciento cincuenta que descubrió; y visto que aquello bastaba, según la instrucción que le fue dada, se volvió a dar la buena nueva. Y llegado a donde los capitanes estaban, ya Almagro y Pizarro estaban juntos, y cómo fueron informados del dicho piloto Bartolomé Ruiz, y del escribano y veedor y de los que con él fueron, los dichos capitanes fueron con toda la gente a certificar de lo que es dicho. Y llegados al principio de la buena tierra, desembarcáronse la gente y caballos en un puerto, al que pusieron nombre la bahía de Sanct Matheo; el cual es muy bueno y seguro, y pueden descender con una plancha en tierra los caballos y gente. Y estándose desembarcando, vinieron dieciocho canoas grandes, y las más de ellas mayores quo no las habían visto cristianos en aquellas partes, las proas y popas muy grandes y altas, con ciertos edificios de madera en ellas del alto de un hombre; y venían a la vela y al remo, y llenas de gente con armaduras de oro y de plata en su cuerpo y brazos y cabezas; y en aquel edificio, que traían en las popas de las canoas, puestas muchas piezas de oro. Y llegaron cerca de nuestros navíos, a menos trecho de un tiro de piedra, y los capitanes nuestros llamáronlos para que se llegasen seguros; pero los de las canoas no hicieron más de estar quedos mirando, y volviéronse a su pueblo, que estaba de allí cuatro o cinco leguas.

Otro día siguiente fueron los capitanes y gente a su pueblo, por tierra, y con los caballos; y llegados cerca del pueblo, a un cuarto de legua, salieron a ellos tres mil hombres o más, y comenzaron los cristianos a tratar paces; y vueltos a su pueblo, se retrajeron a la otra parte del pueblo, de donde los españoles venían. Y aposentados allí los cristianos, todavía andaban en contrataciones de paces, y estuvieron en esto cinco días. Hallaron en todas las casas mucho mantenimiento de maíz muy grueso, y fésoles y pescado y habas de comer: pescan con chinchorros, y es la tierra abundantísima de grandes cementeras y huertas de buenas frutas.

Algunos cristianos, que habían estado en la Nueva España, decían que esta era mejor tierra por mucho. Hallaron ánsares de Castilla. Va sembrado el maíz con mucha orden, y la caña del es tan alta como una lanza gineta. En aquel pueblo podría haber mil casas, y llámase Catamez. Pero como los capitanes vieron grandísimo número de pueblos y multitud innumerable de indios, y se hallaron con poca gente, y considerando que este negocio era de mucho peso y sus fuerzas eran pocas, parecioles que se debían recoger con la gente y ponerla en una isla de veinte leguas más acá, donde había mantenimiento. Y así se hizo, y quedó allí el capitán Francisco Pizarro, y volvió a Panamá el capitán Diego de Almagro, en uno de sus navíos, a dar noticia de lo que es dicho al gobernador Pedro de los Ríos, a pedir gente y llevar algunos caballos, porque Ies pareció á los dichos capitanes que con doscientos hombres más de los que allá tenían y otros treinta caballos, que en la primero entrada que hiciesen, en poco tiempo se podrían haber más de doscientos mili pesos de oro. Esta vuelta de Almagro fue aquel mismo año de 1527, porque según lo que habían visto los cristianos en los indios de las canoas ya dichas, en los que vieron en la tierra y por relación de indios que tomaron, la cosa era muy riquísima y de grande esperanza para lo de adelante, y tan cerca de Panamá que se podía ir y venir cada año una o dos veces, y traer de allá mucho oro y plata e indios y otras cosas, que se esperaban hallar en aquella tierra".

De acuerdo a los tiempos de navegación y comparación con otros documentos, Jorge Marcos establece que Ruiz se encontró con dicha barca el 1 de octubre de 1526 a la altura de Punta Pariñas, mar afuera de las costas de la actual Esmeraldas. Para él, los tres manteños que se llevaron consigo los españoles fueron llamados Martincillo, Felipillo y Francisquillo, y como comerciantes que eran seguramente conocían varios idiomas, pues no solo que Ruiz entendió inmediatamente la descripción que hicieron del Señorío de Salangome y los pueblos bajo su influencia directa hasta Catamez (Atacames), probablemente porque hablaban alguna lengua que los hispanos ya conocían de Panamá, sino que también les servirían de intérpretes en el encuentro con los incas en Cajamarca.

Agustín de Zárate habla de las balsas del Señorío de Puná:

"Estos señores navegaban y eran dueños de muchas balsas. Las balsas estaban hechas de unos maderos largos y muy livianos, que se hallan atados sobre otros dos troncos. Por la proa los troncos no son iguales, el madero central es más largo que los otros, los que disminuyen en tamaño como se van apartando del central, Como lo hacen los dedos en una mano extendida. Las balsas más comunes están hechas de cinco troncos amarrados entre sí. Hay balsas más grandes hechas con siete o con nueve troncos. En estas balsas el madero central es más largo como en un carro, allí se sienta un marinero con un remo. La forma de la balsa como se ha dicho es como una mano extendida, para no mojarse construyen un puente sobre los maderos. Hay balsas que pueden llevar hasta cincuenta personas y tres caballos abordo. Son movidas a vela y guiadas mediante guares (tablas de orzar) ya que estos indios de La Puná son grandes marineros. Ha ocurrido que algunas veces cuando han estado llevando cristianos abordo, los indios rápidamente desamarran los troncos dejando ahogar a los españoles y sus cabalgaduras. Los indios se salvan sosteniéndose de las sogas amarradas a los troncos, y aquellos que no logran asirse de los troncos llegan a la orilla porque son grandes nadadores".

Entonces, en base a todas estas descripciones, podemos asegurar que la balsa manteña, también usada por los wankavilkas, se componía de:

  • Maderos de palo de balsa atados fuertemente, que crecen únicamente en la cuenca del río Guayas.
  • Fibras como el henequén para atarlos, una especie de bejuco propio de los bosques del litoral.
  • Cubierta de caña guadúa a modo de piso y para las estructuras que albergaban los pasajeros, producto también del bosque húmedo tropical.
  • Techo de bijao y cade a dos aguas, grandes hojas de plantas tropicales como la palma y la tagua.
  • Velas de algodón, conseguido de manera silvestre en la costa de Manabí, Guayas, El Oro y Túmbez. Era usado por la cultura Valdivia desde el 2.500 ac.
  • Potalas, grandes piedras con agujero que servían como ancla.

Sobre su funcionamiento, en cambio, el célebre marino español Antonio de Ulloa, miembro de la Misión Geodésica que estuvo por tierras quitenses en la década de 1760, escribe lo siguiente sobre el interesante sistema que notó en las balsas de la provincia de Guayaquil, herederas de los navíos manteños:

"Las Balsas no solamente se usan en ríos, pequeños viajes se hacen en ellas por mar, y a veces van tan lejos como Paita (Perú). Las dimensiones son diferentes según su uso; las más pequeñas son para la pesca (ver las balsillas de Playas de Villamil), otras de carga como las que van de la Aduana a la ciudad de Guayaquil, y de allí a Puná, al Salto de Tumbes y a Paita. Otras de una construcción más elegante y curiosa, están destinadas para llevar a las familias a sus haciendas y casas de campo, teniendo en ellas, las mismas comodidades que tienen en tierra. Estas balsas no se agitan para nada con el oleaje del río. Pero la más notable singularidad de este vehículo flotante es que navega a la vela, pudiendo orzar, y trabajan tan bien con vientos contrarios como una embarcación con quilla, y deriva muy poco.

Esta ventaja es producto de un método muy distinto de gobernar que el del timón; se lo hace, a través de unas tablas, de tres yardas de largo (2,76m) y de media yarda de ancho (0,46 m), que llaman Guaras, las que se las introduce verticalmente, tanto en la proa como en la popa entre los palos principales de la balsa, y hundiendo estas muy profundamente en el agua, y elevando otras, ganan, orzan y corren con el viento de cuadra, o el de popa, haciendo todas además todas las maniobras de una embarcación regular (europea). Si este método de gobernar se hubiese conocido en Europa, se hubiesen podido salvar muchas vidas, como cuando en 1730 al hundirse en el cabo de Víbora la fragata de su majestad, la Genovesa, la tripulación confeccionó una balsa, pero se dejaron llevar por las olas, sin alguna manera de dirigir el curso de la embarcación, añadiendo solamente unos melancólicos minutos al término de su existencia…., y para ser más preciso añado aquí la descripción hecha por don Jorge Juan (1711) en una corta y concisa memoria.

La dirección, nos dice (Jorge Juan), en que se mueve un barco es con el viento perpendicular a la vela, como lo demuestra Mess. Reneau en Theorie de Manæuvres, chap. ii, art. I.Bernoulli, cap. i. art. 4. Pitot, fect. ii art. 13. y la reacción siendo contraria e igual a la acción, la fuerza con la que el agua se opone al movimiento de la embarcación, se aplicará en una dirección perpendicular a la vela, y continuada de babor a estribor, empujando con mayor fuerza un cuerpo mayor que uno menor, en proporción a la superficie y al cuadrado del ángulo de incidencia., suponiendo que sus velocidades sean iguales. Por lo tanto si la guara es introducida en la proa de la embarcación la hará orzar, y si se la eleva hará que la embarcación se abrirá hacia la cuadra. Procede entonces que si la Guara es introducida en la popa esta se abrirá del curso que llevaba, y si se eleva la Guara de popa, entonces la embarcación orzará cerca del viento. Este es el método que los indios usan para gobernar las balsas, muchas veces usan cinco o seis Guaras para impedir que la balsa derive del curso establecido, es evidente, que mientras más Guaras se encuentran dentro del agua, es mayor la resistencia que presenta la embarcación al empuje de las fuerzas laterales, las Guaras funcionan de una manera similar a las tablas de orza usadas en pequeñas embarcaciones a vela. El método de gobierno por Guaras es tan fácil y sencillo, que cuando lo balsa es puesta en el curso apropiado, solamente es necesario corregir algún cambio en viento o corriente, subiendo y bajando las Guaras requeridas, y de esta manera se mantiene a la balsa en rumbo de plan de navegación".


Conclusión

Finalmente, es necesario mencionar que la lenta desaparición de la cultura manteña durante los primeros dos siglos de la época virreinal, se debió a su migración hacia el interior, desastres naturales, disminución poblacional por las epidemias, y el colapso de su sistema político y social en demérito del hispano. Mientras que sus restos arqueológicos, que aún podían ser vistos a inicios del siglo pasado, hoy son pocos debido a que los manabitas del siglo XX los usaron como canteras para construcciones modernas, así como por el deterioro propio de la zona tropical en la que se encontraban.

Sin embargo, gracias a los esfuerzos de diversos arqueólogos e instituciones, hoy se encuentran en pleno proceso de estudio sitios urbanos como Ligüiki, Agua Blanca, y sobre todo Cerro Hojas Jaboncillo, que con sus 3.500 hectáreas constituye el complejo arqueológico más grande del país, del que solo se han estudiado 57.


Fuentes

Primarias

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  • Pizarro, Pedro (1571). "Relación del Descubrimiento y Conquista de los Reinos del Perú".
  • Ulloa, Antonio de (1792). “Noticias americanas: entretenimientos físico-históricos sobre la América meridional, y la septentrional oriental: comparación general de los territorios, climas y producciones en las tres especies vegetal, animal y mineral, con una relación particular de los indios de aquellos países, sus costumbres y usos, de las petrificaciones de cuerpos marinos, y de las antigüedades: con un discurso sobre el idioma, y conjeturas sobre el modo con que pasaron los primeros pobladores”. Imprenta Real, Madrid.
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