Eugenio Espejo nunca fue Chusig

Detalle de "Las Curaciones", óleo de José Cortés y Alcócer (siglo XVIII). Hospital Eugenio Espejo, Quito.

Eugenio Espejo, el quiteño que se convirtió en el máximo pensador hispanoamericano de los albores de la Independencia, ha sido también por más de un siglo el representante por excelencia del indígena quitense virreinal que habría superado su condición para brillar con luz propia pese a las adversidades típicas a las que se enfrentaba su etnia en aquella época.

Sin embargo, a la luz de varios documentos y particularidades que se pueden analizar en su caso, aquello no sería más que un mito nacido de un intento de menosacabar su nombre en una época en la que asociar a un revolucionario con lo indígena, solo podía tener connotaciones negativas. Para ello recurrimos a varios autores y documentación primaria que ayudan a esclarecer este enredo de la historiografía nacional.

Empecemos por resumir el contexto en el que se desarrolló la vida de este ilustre personaje, nunca mejor dicho, pues constituye uno de los precursores de la Ilustración en el territorio continental. Así, este movimiento que nace a mediados del siglo XVIII y tiene su mayor apogeo en países como Francia, Inglaterra y Alemania, buscaba eliminar lo que consideraba la ignorancia de la humanidad mediante el uso del conocimiento y la razón por sobre el dogma y la sacralidad.

La Ilustración se expandió a través de sociedades secretas como la francmasonería, de pensamiento económico como las de Amigos del País de Madrid, y salones de tertulia como el de Manuela Cañizares en Quito. Inspiró la Revolución francesa, los Derechos del hombre y perseguía la separación de la Iglesia y el Estado. La corriente española, si bien era igual de fuerte, fue menos política y centrada más en los avances científicos, industriales, agrarios y, por ende, en el mejoramiento de las finanzas en los diferentes territorios del Imperio.

En medio de este escenario aparece Francisco Xavier Eugenio de la Santa Cruz y Espejo y Aldaz, hijo del cirujano y curador Luis de la Cruz Espejo y Ruiz (1690-1778), oriundo de Cajamarca y que llegó a Quito a los 15 años acompañando al farmacéutico y sacerdote bethlemita José del Rosario, y de la quiteña Catalina Aldaz-Larrainzar y Gordillo (1715-1771), cuyo matrimonio se había llevado a cabo el 26 de septiembre de 1746 en la iglesia de El Sagrario, siendo registrado en el Libro de Blancos.

Este detalle es una de las primeras pistas que nos ayudarán a develar el mito del Espejo indígena, pues que la unión eclesiástica de sus padres haya sido asentada en un registro documental que en la época solo era usado para los sacramentos realizados a los peninsulares y criollos (hijos de blancos nacidos en América), demuestra que el mismo origen de sus ancestros inmediatos no era indígena, pues de lo contrario aparecería en el Libro de Indios.

Es imprtante tomar en cuenta que, para la época, la probanza de origenes mediante documentos o testigos era muy importante y, por mucha piel clara que pudiera tener un mestizo, no podría acceder a la inscripción en los registros de los blancos si en realidad no era parte de ellos, al menos en un porcentaje muy superior al de otras etnias. Así mismo, un estudio genealógico de la ascendencia materna prueba que los Aldaz eran originarios de Pamplona y Catalina nunca fue una esclava mulata liberta, ni descendía de alguno, pues de hecho su propio bautizo también fue inscrito en el libro de blancos de la parroquia San Sebastián el 1 de mayo de 1715.

Pues bien, Eugenio nació a inicios de 1747 siendo bautizado el 21 de febrero del mismo año en la iglesia de El Sagrario, y al igual que había sucedido con el matrimonio de sus padres, su nombre fue inscrito en el Libro de Blancos, tal como posteriormente sucedería también con sus hermanos menores: Manuela en 1751 y Pablo en 1752. Los tres recibieron la formación básica en casa, siendo Eugenio quien se interesó en la medicina tras acompañar continamente a su padre al Hospital de la Misericordia de Nuestro Señor (San Juan de Dios), donde trabajaba bajo el amparo de su benefactor, el padre José del Rosario, quien dirigía la institución.

El caso de su hermana Manuela también nos proporciona otra pista muy clara de que los Espejo no eran considerados indígenas, ni que su fenotipo correspondía con esta etnia, pues en 1796 contrajo matrimonio con José Mejía Lequerica, que no solo era criollo sino que también había accedido a los grados universitarios de médico y abogado, que como veremos a continuación no se entregaban a personas que no fuesen probadamente blancas.

Regresando a Eugenio Espejo, este ingresó en la Real y Pública Universidad Santo Tomás de Aquino de Quito, donde se graduó a la edad de 20 años como médico el 10 de junio de 1767, en una época en la que la Corona hispana no permitía la conseción de grados a quienes mostrasen mezcla de malas razas. De hecho, no pudo tratarse de un mero golpe de suerte, pues poco después se graduó de una segunda carrera en Leyes Civiles y Canónicas. Una clara y contundente prueba de que Espejo no habría sido un indígena, ni siquiera un mestizo con fenotipo indígena, sino, y en el peor de los casos, uno con rasgos blancos que podía ser considerado casi un criollo.

Además de su trabajo como médico y abogado, su labor ilustrada inició alrededor del año 1772, con la publicación de varios panfletos satíricos denunciando la corrupción de las autoridades audienciales y la ignorancia de la gente de la ciudad. Entre ellos destaca “El Nuevo Luciano de Quito” en 1779, firmado con el pseudónimo Javier de Cía, Apéstegui y Perochena, un nombre rimbombante que constituía en sí mismo una crítica a la élite.

Pero sería en 1782 cuando nació el mito de su origen indígena, pues ese año sostuvo un pleito legal por el pago de sus servicios médicos con Sancho de Escobar y Mendoza, párroco de Zámbiza, quien en un intento de que se desestime el proceso alegó que el reclamo de Espejo no tenía validez por haber sido presentado directamente ante el provisor y vicario general de Quito, pues él conocía que era hijo de indígena y, por tanto, debía haberlo hecho mediante el Protector de los Naturales, como correspondía a todos los pertenecientes a dicha etnia.

En el documento Escobar describe con desprecio al padre del médico Espejo como un indio descalzo de pie y pierna, vestido con un cotón y un calzón que había cambiado su apellido original de Chusig. Así mismo, trata a la madre con epítetos como "fulana", asegurando que es de dudosa naturaleza y no se sabe si es indígena o mulata. Discurso que no solo está basado exclusivamente en su apreciación personal, sino, y sobre todo, demuestra que fue escrito como un alegato desesperado para salvarse del juicio y con la intención de menoscabar la reputación del demandante.

En 1787 se hizo de nuevos enemigos cuando publicó "Cartas riobambenses", obra en la que criticó particularmente a una dama de la alta sociedad de dicha ciudad llamada María Chiriboga y Villavicencio, quien entabló una demanda contra el autor. Enterada de lo sucedido hacía algunos años con el cura de Zámbiza, Chiriboga decidió utilizar el mismo alegato para desacreditar a Espejo, convenciendo al mismísimo sacerdote José del Rosario, que otrora había sido benefactor de la familia, de que declare en contra de Eugenio y confirme que su padre era indígena.

El testimonio de Del Rosario, si bien podría haber sido definitorio para la perpetuación del mito, en el análisis adolece de varios puntos que pueden demostrar su falsedad, empezando porque señala una vez más a la madre como mulata o mestiza, cuando su genealogía comprueba lo contrario como se ha señalado antes. Además, resulta interesante notar como se hace énfasis en demostrar el origen indígena de Espejo, algo que se habría notado a simple vista y por tanto no tendría por qué ser definitorio.

Así mismo, resulta por demás concluyente la descripción física que se hace de Espejo en un documento de 1783, cuando se le emitió una orden de arresto por haberse rehusado a participar en la expedición que marcaría los límites entre España y Portugal al oriente de la Real Audiencia de Quito tras el Tratado de San Idelfonso: "El enunciado Espejo tiene una estatura regular, largo de cara, nariz larga, color moreno, y en el lado izquierdo del rostro un hoyo bien visible", con lo que podemos notar que sus rasgos fueron más europeizados que indígenas, pues de lo contrario este detalle habría sido incluido sin lugar a dudas en el parte de búsqueda del prófugo.

Este último dato vuelve más sólida la teoría planteada por Luciano Andrade Marín de que el único retrato real de Espejo se encontraría en la pintura llamada "Las Curaciones", comisionada al artista José Cortés y Alcócer por José García de León y Pizarro, presidente de la Real Audiencia entre 1778 y 1784. En el mismo aparecen varios personajes de la época como el mismo Presidente, su hijo, el padre José del Rosario que era director del Hospital, otros sacerdotes bethlemitas, enfermos y un médico que corresponde totalmente con la descripción del prócer quiteño hecha en su orden de aprehensión.

Entonces, así nos encontramos con la imagen del verdadero Eugenio Espejo, un hombre alto, de rasgos europeos, piel morena y mente afilada, a quien dos personas acusaron de indígena en una época en la que aquello podía acabar con su bien ganada reputación profesional y académica. Descripción errada que siglos después fue perpetuada por un sistema republicano que buscaba construir identidad nacional con hechos y personajes romantizados, aunque a veces alejados de la verdad histórica, ya sea por conveniencia o por falta de documentación y análisis.

Tras varios años de acusaciones de subversivo por sus obras críticas al sistema, las autoridades audienciales, o el reparto de la riqueza en el Imperio español, el 30 de enero de 1795 Eugenio Espejo fue finalmente apresado por conspiración tras haber colgado telas rojas sobre las cruces de varias iglesias con la frase “Al amparo de la Cruz sed libres, conseguid la gloria y la felicidad”. Estando en la cárcel enfermó de gravedad, por lo que se le permitió salir a morir en su casa, lo que sucedería el 27 de diciembre de ese mismo año, tras cuatro días de agonía.

Podemos decir que el odio y las habladurías ganaron al final en la vida de Espejo, pues sus últimos días fue considerado un auténtico criminal por las autoridades hispanas, tanto que su deceso fue registrado en el Libro de Indios a modo de venganza y para desprestigar sus ideas, con lo que se perpetuó el mito de su falso apellido Chusig, pero no se apagaron los ideales que terminarían por dar a luz los movimientos independentistas sudamericanos.


Fuentes

Primarias

  • Contra el Dr. Eugenio Espejo. Memorial de María Chiriboga y Villavicencio, vecina de Riobamba, sobre el autor de los libros contra ella.
  • Expediente de antecedentes presentado por Eugenio Espejo a la Real y Pública Universidad Santo Tomás de Aquino de Quito.
  • Testamento de Luis de la Cruz Espejo y Ruiz en 1778.

Bibliográficas

  • Freile Granizo, Carlos (2001). "Espejo y su tiempo". Quito: Editorial Abya-Yala.
  • Jurado Noboa, Fernando (1980). "Estudios inéditos sobre Espejo", en Boletín de la ANHE N°135. Quito: Academia Nacional de Historia del Ecuador.
  • Mejía Salazar, Álvaro (2016). "El verdadero rostro de Eugenio Espejo", en Revista Eugenio Espejo, volúmen 10, número 2. Riobamba: Universidad Nacional de Chimborazo.


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