Tradiciones ecuatorianas de Fin de Año

Imagen: Año Viejo y viudas (circa 1960). Colección de Luis Azuero Herrera.

Años Viejos, viudas y testamentos, la ritualidad ecuatoriana del Fin de Año constituye en la actualidad una de las más ricas y diversas del contienente americano. Y es que cada 31 de diciembre, a los albores de un año que muere todas las ciudades del país celebran una fiesta con tradiciones que oscilan entre lo religioso y lo pagano, la salubridad pública decimonónica y hasta la chispa cómica del siglo XX.


Años Viejos

Empecemos entonces con los Años Viejos, también llamados monigotes, costumbre que se exportó desde nuestro país a otros puntos de Latinoamérica. Pero para entenderlo bien es importante conocer el contexto ritual del fuego en diferentes culturas como la de la Grecia preclásica, donde ya se usaba para marcar el inicio de nuevos ciclos tras culminar el periodo de mandato de un rey sagrado, quien debía morir a manos de su esposa, que era a su vez una sacerdotisa tribal. Con el tiempo, la muerte de este rey fue sustituida por la quema de un muñeco que le representaba, y era arrojado dentro de una hoguera iniciada por el siguiente gobernante.

Posteriormente, esta tradición de quemar o apedrear un monigote con forma humana se extendió por el resto de Europa para marcar el inicio o fin de ciertos ciclos, pero no la culminación del año calendario en sí mismo, siendo algunas de las más conocidas las Fallas Valencianas que marcan el inicio de la primavera, y los Judas que marcan el fin de la Semana Santa. Y aunque la temporalidad y razones de estas prácticas no sean las mismas de la ecuatoriana, sí es probable que sean el origen de la idea de esta última.

Entonces, en Ecuador este ritual con fuego se realiza cada fin de año y se remonta a finales del siglo XIX, cuando la ciudad de Guayaquil vivió un terrible brote de fiebre amarilla que dejó más de 2.500 muertos y 8.000 infectados, siendo una de las epidemias más devastadoras de la historia nacional. Como medida sanitaria, pero también simbólica, el último día del año 1843 los vecinos de la ciudad se pusieron de acuerdo para quemar en hogueras la ropa de los infectados, mezclándolos con paja y ramas para así facilitar su combustión. 

Al año siguiente se repitió la quema con la ropa de los infectados con otras enfermedades contagiosas, y así continuó cada 31 de diciembre hasta convertirse en un ritual infaltable en la Guayaquil decimonónica, que por aquella época y debido a sus condiciones tropicales, casi siempre estaba expuesta a brotes de esta clase de virus.

Esta suerte de ritual comenzó a significar la esperanza de dejar atrás las malas noticias y tristezas por los fallecidos del año, a quienes además se comenzó a representar como monigotes rellenando sus propias ropas y poniéndoles máscaras. Y aunque en la actualidad existen muñecos de diferentes tipos y técnicas constructivas, los más populares siguen siendo los originales del Guayaquil de la década de 1840, es decir los de ropa vieja rellena de materiales flamables como el aserrín.

Con el tiempo esta tradición se extendió al resto del país, pasando a constituirse en una costumbre de carácter nacional. Además se fueron sumando otras prácticas, como golpear el muñeco con un cinturón que fue tomada de los Judas españoles, o el saltar la hoguera de los pueblos nórdicos.

Posteriormente también, y por influencia del intercambio comercial y cultural de las poblaciones fronterizas, así como la migración entre países, pasó a los vecinos Perú y Colombia, siendo en la región del Cauca de este último, donde se mezcló con la festividad de una deidad indígena llamada Taitapuru. Así mismo, a partir de la década de 1950 se registra su aparición en Chile y Argentina, donde son conocidos respectivamente como fantoches y monos. 

Además, la costumbre se registra también en regiones específicas de otros países como Honduras, Nicaragua, Cuba, El Salvador, Panamá, Venezuela, Bolivia y el sur de México. Pero siempre la documentación encontrada sobre el tema en aquellos lugares apunta a un inicio posterior a la creación de la costumbre guayaquileña, por lo que resulta lógico que fueron reproducidas precisamente de las que ya existían en esta ciudad ecuatoriana desde el siglo XIX.

Y como no podía ser de otra manera para la cuna de esta tradición, a partir de la década de 1990 en Guayaquil apareció una ola de elaboración de monigotes gigantes y de temática muy variada, sobre todo en las zonas populares, donde se han convertido en todo un espectáculo que miles de personas acuden a mirar la semana previa al Fin de Año. Y aunque la mayor parte del siglo XX los personajes favoritos a quemar, y así olvidarlos, eran los políticos, en la actualidad la variedad incluye una representación del ecuatoriano con una cultura más universal, por lo que se encuentran superhéroes, anime, personajes de películas o series, e incluso del folklores nacional y universal.


Viudas

Por otro lado, las viudas son una costumbre en la que los hombres se disfrazan de mujer para pedir un aporte económico que supuestamente ayudará a darle sepultura al difunto año que se muere, y que en tiempos modernos también le bailan a los desconocidos que se atreven a pasar frente al monigote. Y como se puede ver, toda esta ritualidad del 31 de diciembre está inspirada por las costumbres funerarias formales, en las que el fallecido no solo deja una viuda y deudos, sino que estos lo acompañan durante el velorio y el camino al cementerio.

Varias descripciones de viajeros que llegaron al país a finales del siglo XIX, señalan cómo esta tradición del cortejo fúnebre con gente disfrazada y enmascarada que acompañaba al Año Viejo ya se registraba desde al menos la década de 1890, lo que nos lleva a deducir que ya estaba extendida desde hace algún tiempo atrás. Entonces, es lógico pensar que en aquellos cortejos descritos ya se encontraba la viuda, figura central en cualquier rito funerario, que es justamente lo que este acto replicaba de manera jocosa.

Hasta mediados del siglo XX estos personajes vestían de una manera muy parecida a las viudas reales, es decir con largos y pesados vestidos negros de luto, mantillas que les cubrían el rostro, y en algunos casos máscaras de papel y cartón. Su misión era llorar amarga y a la vez jocosamente por la muerte de su Año Viejo, mientras la gente le entragaba unas monedas para que pudiese financiar el entierro ficticio, dinero que en realidad se empleaba para comprar licor y repartirlo a lo largo del mismo recorrido del cortejo, tal como lo hacemos aún hoy.

Sobre su evolución, hay que señalar que a lo largo del siglo XX las viudas buscaron comenzar a comportarse de una manera cada vez más atrevida, para así obligar a quienes no querían colaborar con su moneda a hacerlo para salir del paso. Y así fue como esa costumbre fue exagerándose aún más en la segunda mitad del siglo pasado, hasta llegar a la versión de ropas pequeñas, pelucas y maquillaje cargado que gasta bromas subidas de tono, y que incomoda a una parte de la población.


Testamento

Finalmente, el testamento apareció unos años más tarde, pero nuevamente  vinculado a esas costumbres funerarias que se buscaba replicar con toda esta puesta en escena cada 31 de diciembre. Aunque a diferencia de uno normal, el testamento de Año Viejo busca dejar cosas positivas para el nuevo que llega, y se escribe a modo de copla humorística, siempre en un tono de broma elegante. En el pasado incluso existían concursos nacionales que premiaban a los más jocosos, siendo unos de los más recordados los impulsados por los diarios El Universo en Guayaquil y Últimas Noticias en Quito. Lamentablemente en la actualidad esta tradición es cada vez menos practicada y está en riesgo de desaparecer para siempre.


Fuentes

  • Chávez Franco, Modesto (1930). "Crónicas del Guayaquil antiguo", edición 1944. Imprenta y talleres Municipales.
  • Festa, Enrico (1909). "En el Darién y el Ecuador. Diario de viaje de un naturalista", edición 1993. Ediciones Abya-Yala.
  • Huerta, Pedro José (1987). "Guayaquil en 1842: Rocafuerte y la epidemia de fiebre amarilla", 2° edición. Universidad de Guayaquil.
  • Vera, María Pía, et al. (2007). "Los años viejos: ensayos contemporáneos". FONSAL.

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