Rosa Campusano
Rosa Campusano (Guayaquil, 1796 - Lima, 1851), fue una prócer de la independencia peruana y pareja sentimental del protector José de San Martín, apodada popularmente como "la protectora".
María Rosa Campusano y Cornejo nació el 13 de abril de 1796 en la ciudad de Guayaquil, entonces parte de la Real Audiencia española de Quito en el virreinato de la Nueva Granada, siendo hija ilegítima del rico hacendado cacaotero y funcionario civil hispano Francisco Herrera-Campusano y Gutiérrez, y la mulata guayaquileña Felipa Cornejo. Fue bautizada el 31 de mayo del mismo año de su nacimiento en la Iglesia Matriz de la ciudad, en una ceremonia bendecida por fray Manuel Páez, y en la que constaron como padrinos Fernando Arrue y Luisa Trejo y Avilés.
Su padre, que estaba casado con Ignacia Iturralde y Larrabeitia, ocupó los cargos de Teniente de corregidor de Samborondón (1794), Justicia Mayor de Daule y Regidor Perpetuo del Cabildo de Guayaquil (1817); mientras que entre sus propiedades se contaban los esteros de de Lagartos y de Jerguetón, así como las haciendas Convento y Ñausta, siendo esta última donde hoy se levanta el poblado de Jujan. Su madre, por otro lado, era hija a su vez del capitán Miguel Gómez-Cornejo y Flor y de una de sus esclavas mulatas, cuyo nombre no ha sido identificado.
En los últimos años de vida del padre, este acabaría por reconocería en su testamento, por lo que no se descarta que haya sido él quien velara económicamente por Rosa. En su infancia recibió una esmerada educación, probablemente privada, pues sabía leer, escribir y disertar con lógica, dominaba las artes del canto y el baile, y tocaba muy bien el clavecín y la vihuela. Físicamente era descrita como muy agraciada, de tez blanca, ojos azules, boca pequeña, delgada y estatura mediana.
En 1817, cuando contaba con 21 años de edad, inició una relación con un rico comerciante tres décadas mayor a ella, con quien viajó a la ciudad de Lima, capital del virreinato del Perú, y se estableció allí. De a poco se fue ganando el respeto y la simpatía de los limeños, incluso de algunos en la clase alta, ya que pese a su condición de hija ilegítima y la relación sin formalizar con su pareja, le respaldaba el dinero de este último, que había hecho fortuna comprando y vendiendo productos entre Guayaquil, Lima y Valparaíso.
Con el pasar de los años la residencia de Rosa en la calle San Marcelo se convirtió en un importante punto de encuentro social para la clase alta limeña, sobre todo entre los jóvenes que simpatizaban con las ideas de la Independencia que por aquella época flotaban en los virreinatos americanos. De los asiduos participantes en las tertulias destacaban los condes de la Vega del Ren y de San Juan de Lurigancho, el Marqués de Villafuerte, el Vizconde de San Donás y otros nobles titulados, José Faustino Sánchez Carrión, Francisco Javier Mariátegui, el italiano Giuseppe Bocchi y el carqueño Cortíz.
Por aquella misma época debió haber conocido a la quiteña Manuela Sáenz, que había llegado a Lima con su esposo, el médico inglés James Thorne, y se estableció en una casa de la misma calle San Marcelo, muy cerca de la de Rosa. Las dos mujeres tenían mucho en común: ambas eran hijas ilegítimas, se encontraban lejos de su tierra, y simpatizaban con los ideales independentistas, así que fue solo cuestión de tiempo para que surja una amistad entre ellas.
En 1818 Rosa fue denunciada a la Inquisición por tener libros prohibidos, figurando en el Registro Secreto del Santo Oficio por leer la novela Abelardo y Eloísa, e incluso unas publicaciones de temática picante. El expediente abierto en su contra menciona también que el Marqués de Montemira le había prestado la obra "Epítome de la prodigiosa vida y milagros de San Francisco de Asís", del padre Bozal, considerada herética. Finalmente salió bien librada del asunto.
Su cercanía a los ideales independentistas, propios de su carácter, le llevaron a esconder en su casa a varios desertores del Ejército hispano, desde donde les ayudaba a llegar al campamento donde se encontraban reunidas las tropas rioplatenses del general José de San Martín en la localidad de Huaura, cerca de Lima. Por esta misma razón dejó a su pareja y se volvió amante del general arequipeño Pío Domingo Tristán y Moscoso, que pese a aún ser parte del Ejército realista tenía ideales independentistas, por lo que obtenía información importante que Rosa enviaba a los separatistas, convirtiéndose así en una pieza clave de su espionaje.
Conocía al general cuencano José Domingo de Lamar, que por aquel entonces todavía figuraba en las filas realistas, y también al virrey José de la Serna, de quienes se dice que galanteaban a Rosa, y ésta habría usado hábilmente este detalle para obtener más información relevante para la causa independentista, e incluso ayudar a que Lamar pase al lado patriota entregándole personalmente cartas que le enviaba San Martín.
Rosa fue pieza clave para que el Batallón Numancia, originalmente el más relevante de la resistencia realista, tome las armas en favor de la causa de la Independencia, convenciendo con sus encantos al general Tomás de Heres, capitán de la compañía. A la par, y por otro lado, Manuela Sáenz convencía de lo mismo a su hermano José María, que también era parte del batallón; mientras la cocinera mulata Carmen Guzmán se encargó de hacerlo con los soldados que asistían a su fonda de la calle Guadalupe. Así, el Numancia pasó íntegro al bando independentista en diciembre de 1820.
Rosa intentaría repetir la estrategia con el general Juan Santalla, comandante del Batallón Cantabria de la fortaleza del Callao, pero éste se arrepintió a última hora y el plan quedó frustrado.
San Martín entró en Lima el 12 de julio de 1821 y proclamó la Independencia ese mismo día, tomando para sí el título de Protector del Perú, tenía 43 años de edad. Tres días después, el 15 del mismo mes, asistía a un baile ofrecido en su honor en la llamada Casa de Osambela, donde Rosa lo observó por primera vez, aunque no tuvieron ocasión de conversar.
El 28 de julio el Cabildo limeño ofreció otro baile en los salones de su edificio, y allí San Martín se fijó por primera vez en Rosa, de 25 años de edad, quien iba vestida con un traje de tercioplelo bordó y un gran escote. Preguntó a sus acompañantes limeños de quien se trataba, y éstos le comentaron sobre la decidida labor de espionaje que había realizado para los independentistas. Acercándose a ella, se presentó y le felicitó por su arduo trabajo patriota, a lo que Rosa respondio "Si lo hubiera conocido antes a Uusted, señor General, mis afanes hubieran sido aún mayores".
Al día siguiente San Martín devolvió la atención del Cabildo celebrando otro baile, tal como mandaba la etiqueta de la época, pero esta vez en el antiguo Palacio de los Virreyes. Allí volvió a encontrarse con Rosa, vestida de organdí blanco y un peinado alto al estilo de las mujeres griegas de la época clásica. Bailaron una contradanza y charlaron amenamente, al terminar la fiesta se retiraron juntos rumbo a la Hacienda Mirones, que el Marqués de Montemira había cedido al Protector del Perú para su descanso, y pasaron la noche juntos.
A partir de allí, todos los testimonios de la época coinciden en que San Martín perdió la cabeza por la guayaquileña, terminando esta por ejercer mucha influencia sobre él. Pasaban juntos en la Quinta Magdalena, alejada de la ciudad y por tanto de todas las habladurías de la gente, ocupándose de las decisiones políticas él, y ella de los jardines. Sin embargo la discresión con la que intentaron moverse, la relación salió a la luz pública y los limeños comenzaron a llamar a Rosa como "la Protectora", en alusión al título de Protector que ostentaba San Martín.
Sus contemporáneos, como Ricardo Palma, la describían en lo personal como delicada en sus sentimientos, devota del hogar pese a ser librepensadora y amante de la vida cómoda en la ciudad. Le gustaban la moda, las joyas y la etiqueta, y así lo demostró al llevar a San Martín a usar elegantes uniformes y hacer gala de mejores modales de los que tenía al llegar a Perú.
El 11 de enero de 1822 se nombró 112 caballeresas dentro la Orden del Sol de Perú, condecoración inspirada por la Legión de Honor napoleónica, y entre ellas se encontraron, además de damas nobles y monjas, también mujeres como Rosa y Manuela Sáenz, todas activas participantes de la Independencia. La ceremonia de investidura tuvo lugar el 22 de enero en el Palacio de los antiguos Virreyes, a pesar de que las mujeres más conservadoras de la ciudad consideraban una afrenta la inclusión de una mujer como Rosa entre las condecoradas.
El 26 de julio de 1822 San Martín se entrevistó con Simón Bolívar en Guayaquil y acordaron que este último continuaría con la Independencia del Perú, así que después de su regreso a Lima para organizar el Primer Congreso Constituyente, procedió a retirarse de toda actividad pública. El 20 de septiembre se despidió de Rosa en La Magdalena, y partió rumbo a Ancón, al norte de Lima, donde el 22 de septiembre embarcó en el bergatín Belgrano con rumbo a Valparaíso.
Rosa regresó a la capital y pronto tuvo que esconderse en casa de unos primos de apellido García, también guayaquileños, pues la ciudad fue recuperada por los realistas pocas semanas después, y debido a su cercanía con los más altos mandos independentistas ella se encontraba entre sus objetivos. Allí conoció al suizo Juan Adolfo de Gravert y Blomberg, titulado barón de Gravert y soldado de las huestes independentistas.
En junio de 1823 los realistas saquearon su casa de la calle San Marcelo, incautaron sus libros, papeles y prendieron fuego a los muebles. Esa misma noche allanaron la casa de sus primos, pero no la encontraron debido a que había sido alertada y recibió ayuda del Barón de Gravert para escapar.
El 27 de noviembre contrajo matrimonio con Gravert, pero el enlace duró menos de un año, ya que la llegada del realista general Monet a Lima obligó a Rosa a esconderse nuevamente, y el esposo partió a Europa dejándola sola y no regresó nunca más.
El 5 de diciembre de 1824 Simón Bolívar entró en Lima y finalmente consolidó la Independencia del Perú, le acompañaba Manuela Sáenz, a quien había conocido en junio de 1822 en Quito, y las antiguas compañeras de espionaje se reencontraron. A partir de entonces Rosa debió dejar de esconderse, pero había quedado en una muy precaria situación económica.
En 1832 inició un romance con el comerciante alemán Hans Weninger, propietario de dos almacenes de calzado, con quien tuvo un hijo en 1835 al que llamaron Alejandro Weninger Campusano, pero la relación se rompió poco después. Para costear los gastos del niño, en diciembre de 1836 intentó solicitar al Gobierno peruano una pensión por sus servicios durante la Independencia, pero le fue negada. Debió entonces aceptar la entrega de su hijo al padre, que sí podía costear su educación, aunque nunca perdieron contacto.
Para 1840 vivía de la caridad del sacerdote Francisco de Paula Vigil, director de la Biblioteca Nacional, que le permitió habitar en dos piezas altas del edificio de dicha institución, amobladas solamente con lo básico para recibir las visitas de su hijo. Sufrío una caída con rotura de hueso en una pierna, lo que la dejó coja para el resto de su vida y con la necesidad de usar una muleta.
Poco después de llegar a la adolescencia su hijo se enlistó en el Ejército, luchando en algunas de las batallas de las guerras civiles que siguieron a los primeros años de Independencia peruana, llegando al grado de capitán y falleciendo trágicamente antes que Rosa, un dolor del que ella no se recuperaría nunca.
Hizo su testamento el 21 de noviembre de 1843, no porque tuviese propiedades o dinero, sino porque era la costumbre de la época. Gracias a dicho documento sabemos los nombres de sus padres y que fue reconocida a última hora por el señor Campusano. Falleció el lunes 8 de septiembre de 1851, a los 55 años de edad, como consecuencia de una hernia diafragmática y sangrado por la boca, únicamente acompañada por su amigo el cura Vigil, quien además sufragó con todos los gastos de su sepelio.
Fue sepultada dos días después en el Cuartel N°2 del Cementerio Presbítero Matías Maestro, de la ciudad de Lima, aunque por años se aseguró erróneamente que había sido en la Iglesia de San Juan Bautista. Pese a su trascendental importancia en el proceso independentista, ni sus restos o memoria han recibido ninguna clase de homenaje en Perú o Ecuador.
Referencias
- Miloslavich Túpac, Diana (2021). "Rosa Campusano: las mujeres en la política en el proceso de Independencia en el Perú". en Las Mujeres en la Indpendencia del Perú. Centro de Estudios La Mujer en la Historia de América Latina (CEMHAL).